Los maestros del pensamiento. 2

Carlos Castaneda. Una realidad aparte, 1974. Traducción de Juan Tovar.

 A partir del encuentro de Carlos Castaneda con Don Juan Matus, en una estación de buses de Sonora, la saga se desarrolla de manera quijotesca. Castaneda-Sancho pretende aferrar la realidad mediante algunos “hechos” tangibles, acompañados de sus respectivas explicaciones, no menos sólidas. Don Juan-Quijote –un anciano a quien otros indios yaquis consideran decrépito y trastornado por el peyote–, le propone afrontar lo que llama “el mundo”, con un golpe de voluntad asentado en una percepción tal de lo que ocurre que la razón no pueda sobornarla con sus habituales trampas y esquemas.

Cuando Don Juan le espeta, “¿A poco crees que conoces el mundo?”, Castaneda responde con la seguridad de un enciclopedista del XVIII: “Conozco de todo”. Así comienza esta controversia o tensión entre el saber acumulado y fragmentado en cuadrículas que llamamos “conocimiento” y un no-saber sabiendo que abre las puertas de la percepción. Pensar con el cuerpo (y no solo con esa exigua parte de la mente con la que pensamos) y poner en juego los ardides de la percepción ante un razonamiento demasiado lento y pesado respecto a lo imponderable, estas parecen ser las estrategias básicas de Don Juan, el “indio excéntrico”.

Pensar con el cuerpo es, desde luego, una metáfora. Lo que el cuerpo hace no es “pensar”, analizar, en la manera discursiva y utilitaria de nuestra relación verbal, palabrera con la realidad. Por eso el encuentro del viejo estrafalario con el antropólogo cuerdo reviste importancia singular. Sin embargo, uno de los temas cruciales de esta enseñanza es el de la pérdida de la importancia. En especial de aquella que Don Juan llama “la importancia personal”, un fardo que no conviene acarrear en semejantes aventuras.  Naturalmente, a partir del cuestionamiento –no teórico sino formulado a partir del propio cuerpo– de la importancia personal, el concepto mismo de importancia se viene abajo. A veces, ruidosamente. El peo de un brujo puede estremecer los montes y con un sonido similar al trueno. Todo lo que le alcanza a la antropología  es recurrir al sentido común de la percepción, que no cuadra al evento, o a las explicaciones verbales, que tampoco son de utilidad.

Una realidad aparte_Carlos Castaneda

Los sentidos son puestos a prueba de manera metódica por Don Juan; no à la Pavlov, desde luego, porque los investigadores son, en realidad, el objeto mismo de investigación. No hay brecha para que penetre el intelecto a brindar conclusiones; hay que tomar lo que se percibe, percibir lo que se toma, tal cual, prescindiendo de la perspectiva bueno-malo. Cuando Castaneda protesta, Don Juan concluye, “No hay otra manera de vivir”.

Pocas narraciones hay, al menos del siglo pasado, tan generosas en técnicas para el auto-conocimiento. Da lo mismo que se trate de una novela (como El Quijote) o de un libro de auto-ayuda, la cuestión es poner las técnicas en práctica, en la vida cotidiana. Como dice el viejo Don Juan, no hay otra manera de vivir.

La cuestión de si Don Juan es un personaje real, o un compendio de estos conformado literariamente por Castaneda, resulta ociosa. Don Juan es tan real como Don Quijote y ambos son tan reales como Cristo o Buda. Todos proponen una manera de vivir desafiante y concreta; y todos, de alguna manera, fueron a parar al libro. Al encierro de las palabras. Cuando se saca al dragón de la biblioteca, para decirlo al modo de Lezama, suceden cosas extraordinarias que volverán a ser contadas en libros.

Hay un sinnúmero de métodos para trabajar con la importancia personal, podemos hallarlos en el Sutra de la Gran Sabiduria o en  Karate Kid. Cuando decido afrontar mi importancia personal, en el modo en que quiera afrontarla, hay la raíz de un método. ¿Quiero observarla, controlarla o abolirla, disminuirla o transformarla? Don Juan hace énfasis en el reconocimiento de su mera existencia: hasta que Castaneda no admita que está inflado de importancia personal, no hay trabajo posible. Tras cauta ausencia, Castaneda vuelve y Don Juan le espeta, “Estas demasiado gordo”.

Las técnicas adquieren carácter secundario ante la preponderancia de admitir lo que se es, donde se está. La técnica es un congelamiento de una secuencia vital. Ser y estar, aquí y ahora, es un método más flexible que, al mismo tiempo, presenta menos asideros a la intervención de la mente. Desde luego, el concepto de mente no toma parte en esta aventura; si bien la propia idea de perder importancia personal es un atisbo hacia un cierto tipo de trabajo sicológico, una poda mental, Don Juan no pierde tiempo en fenomenologías. Hay que ir al grano del “ver” y del “saber”.

En una de las pocas escenas pueblerinas de la saga, Don Juan es confrontado por un grupo de sus congéneres que le consideran un brujo un poco chalado por el peyote: ¿“Qué carajo hay que saber?”, dice uno. “Llevo años oyéndote decir que tenemos que saber. ¿Qué cosa tenemos que saber?”. Teatralmente, Don Juan (o Castaneda), dispone la homilía tolteca en medio de unos locales que ponen en duda su sabiduría, por no decir la sabiduría, con la doble intención de acicatear a la dormida comunidad de yaquis –que ha abandonado sus creencias ancestrales a cambio del consuelo que le brindan los santicos católicos– con la presencia del neófito extranjero, es decir, Castaneda; por otra parte, pone a prueba el discernimiento del neófito en un simposio indígena acerca de las bondades, o defectos, del peyote y en el cual, a falta de este, se consumen varias botellas de aguardiente.

Esta sola escena nos presenta dos de los temas cruciales del libro, ambos de los cuales giran alrededor de la transmisión del conocimiento: el uso de las drogas y la pertinencia de la oralidad. Don Juan, que desaprueba el alcohol, o baste decir que no lo prueba, inicia, no obstante, a Castaneda en la utilización del “humito” (Psylocibes), el toloache ( Datura inoxia) y el peyote o “mescalito” (Lophophora Williamsii). En el coloquio de marras, Don Juan traza una línea pragmática –no teórica– entre el terreno donde coexisten saber y drogas psicotrópicas y la vida común donde el trabajo esclavizante es compensado con alcohol y santicos.

En cuanto a los efectos de las mencionadas sustancias, Castaneda precisa que “no eran alucinaciones sino aspectos concretos, aunque no comunes, de la realidad de la vida cotidiana”. Es decir, alucinógenos que no alucinan sino que permiten “ver” aspectos in-notados de la realidad tal como es.

La parte teatral, dialógica, de esta enseñanza queda bien expresada por Castaneda en las páginas iniciales:

“Cada sección que he puesto como capítulo, fue una sesión con Don Juan. Por regla general,  él siempre concluía cada una de nuestras sesiones con una nota abrupta; así, el tono dramático del final de cada capítulo no es un recurso literario de mi cosecha: era un recurso propio de la tradición oral de Don Juan. Parecía ser un recurso mnemotécnico que me ayudaba a retener la cualidad dramática y la importancia de las lecciones”.

Es este un ardid para la transmisión de la sabiduría que a veces aparece –y con frecuencia desaparece– en los libros y que convierte la saga de Don Juan en una experiencia literaria singular, sobre todo si la miramos desde la perspectiva de Colli en su análisis del origen de la filosofía en tanto que muerte de la sabiduría y en el papel que, según el pensador italiano, jugaba en la antigüedad la transmisión oral como determinante del peso mismo de lo transmitido: hay cosas que solo pueden hablarse, escribirlas es doblegarlas.

Desde luego que esta es afirmación muy contradictoria cuando, justamente, se habla de un libro. Mas es esta una contradicción que está presente en el hecho mismo del transmitir. “Por primera vez en mi vida”, dice Castaneda al final de esta historia, “sentí el peso gravoso de mi razón”.  Pues la razón, como la literatura, es al mismo tiempo vía, vehículo y obstáculo.

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